Mi primera Luna

Por: Elisa Martínez González

Uno siempre tiene un lugar especial para la primera vez de cualquier suceso. De alguna manera ese suceso marca el inicio de algo que puede que nos guste o no, pero cuando nos gusta puede detonar un pasatiempo y gusto interminable.

Eso me pasó cuando vi la Luna por primera vez en el telescopio que me regaló mi papá. Cada imagen la tengo bien grabada: desde que puse el telescopio y hasta eligiendo el aumento que iba a usar, que claramente no tenía idea, todo estaba siendo prueba y error.

Por suerte me tocó luna llena: me asomo por la ventana y veo un círculo brillante. Se me sale una sonrisa emocionada, apago las luces para que no me estorbe en la observación y me acerco al telescopio. Y… por poco me quedo ciega (exagerando la situación).

No me imaginaba el brillo que tenía la Luna con tal aumento y siempre que me acuerdo de eso o que vuelvo a observar la Luna, me río porque fue el inicio de mi experimentación con la observación astronómica.

Otra de mis “primera vez” favorita fue cuando vi la Nebulosa de Orión con mi telescopio. Ver alguna estrella es impresionante, te causa una emoción incontrolable, pero una nebulosa o planeta, te pone en un lugar totalmente diferente. 

Por la contaminación lumínica no pude tener el detalle que se ven en las fotografías, pero verlo con tus propios ojos algo que te cuentan o que escuchas siempre, es otra cosa. Esto me pasó cuando vi a Saturno por primera vez. Pensar que estás pudiendo ver los anillos de una esfera gravitando en el espacio. Es impresionante. 

Pero el mejor sentimiento es cuando puedes repetir esa experiencia: vuelve a ser una primera vez, no importa cuántas veces lo haga, mi emoción al ver un astro o una nebulosa siempre es la misma. Me vuelvo a sentir impaciente y llena de ilusión, abrumada por la inmensidad del espacio, pero igualmente maravillada de poder estar viendo eso en la realidad. 

Creo que cuando uno anda perdido y llega a ver un detalle del espacio, ya sea con tus propios ojos o desde un telescopio, te pone en tu lugar, como que te vuelve a dar un poco de inspiración.

Por eso nunca hay que perder de vista la inmensidad que nos rodea.

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